El reciente anuncio del cierre de la planta de Nissan en Cuernavaca, Morelos, desató una ola de reacciones que van desde la indignación hasta el desconcierto. Para muchos, esta decisión simboliza una traición empresarial hacia México, país que alguna vez fue uno de los pilares más sólidos de la operación global de la marca japonesa. Sin embargo, dejarse llevar por una narrativa de falso nacionalismo podría nublar el juicio. Lo que realmente deberíamos preguntarnos es: ¿estamos ante una estrategia global de eficiencia industrial… o México simplemente ha dejado de ser prioridad?

Una planta histórica, pero rezagada

La planta de Cuernavaca fue la primera de Nissan fuera de Japón. Fundada en 1966, representó una puerta de entrada al continente y una apuesta por el talento mexicano. Desde entonces, millones de unidades salieron de sus líneas, incluyendo vehículos emblemáticos como el Tsuru y recientemente la NP300. No obstante, el paso del tiempo también pasó factura: la infraestructura ya no es competitiva frente a otras plantas más modernas, como Aguascalientes A1 y A2, donde la automatización y escalabilidad son más rentables.

El factor global

No es un secreto que Nissan está en plena reestructuración global. Su alianza con Renault y Mitsubishi exige una reorganización de capacidades productivas. A esto se suma el giro de la industria hacia la electrificación, plataformas modulares y sinergias entre mercados. Desde esta perspectiva, el cierre de Cuernavaca puede entenderse como una “optimización de recursos”. Es decir, producir más, con menos plantas. Pero ¿por qué México es el que pierde?

¿Un repliegue en el mercado mexicano?

Aunque Nissan mantiene una presencia sólida en México –siendo durante años la marca más vendida del país–, su portafolio se redujo y su liderazgo ha sido desafiado por firmas como KIA, MG, Mazda, JAC o Toyota. El cierre de la planta en Morelos podría ser leído como un síntoma de un repliegue paulatino, más que como un abandono súbito. Nissan no se va, pero claramente está en modo de consolidación, no de expansión.

La planta de Aguascalientes sigue viva, pero su producción está orientada a mercados internacionales. ¿Y México? Para la marca, parece dejar de ser un mercado prioritario para innovación o nuevos lanzamientos, al menos en el corto plazo.

El nacionalismo no paga nóminas

Es fácil apelar al discurso del “desprecio a lo mexicano” o acusar a Nissan de “darle la espalda” a un país que la acogió por décadas. Pero hay que ser realistas: las decisiones empresariales responden a márgenes, eficiencia y futuro tecnológico. El cierre de Nissan Morelos duele, sin duda, pero también obliga a cuestionar cómo México está preparado para atraer inversiones de nueva generación. ¿Tenemos el entorno fiscal, laboral y de infraestructura para competir con plantas en Asia, Europa del Este o Estados Unidos?

Una señal de alerta para el país

Lo cierto es que este cierre debe encender alarmas. No por lo que representa Nissan, sino por lo que simboliza en el mapa industrial automotriz. Si una marca con tanta historia aquí decide recortar operaciones, ¿qué pueden pensar otras? Este no es momento de victimismo, sino de reflexión: México necesita actualizar su estrategia para retener talento, industria y futuro.

¿Adiós estratégico o abandono disfrazado? El caso Nissan Morelos

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