En el centenario de Ford en México, se reunieron los modelos más icónicos de la firma: Mustang, Bronco, F-150 y un puñado de invitados especiales ansiosos por la selfie perfecta. Entre vitrinas, luces LED y nostalgia cromada, el ambiente era más de alfombra roja que de análisis industrial. Y mientras los asistentes se peleaban por la mejor pose junto al GT40, pasaba desapercibida una verdad tan dura como ineludible: Ford está enfrentando una humillación tecnológica, y su CEO lo sabe.
Jim Farley, el máximo responsable global de la marca del óvalo azul no es conocido precisamente por ser diplomático. Es de los pocos ejecutivos que habla con crudeza, incluso si eso significa poner el dedo en la llaga de su propia empresa. Mientras en México celebraban los cien años con discursos pulidos y sonrisas institucionales, Farley decía en Estados Unidos algo muy distinto: “Es lo más humillante que he visto jamás”, refiriéndose a la superioridad de los coches eléctricos chinos.
Entre selfies y silencios
En lugar de abordar los desafíos reales de la industria automotriz global —como la irrupción agresiva de marcas como BYD, Xiaomi o Huawei en el mercado eléctrico—, el evento del centenario fue un desfile de marketing emocional. Claro, es importante rendir homenaje a la historia, pero también lo es no perder de vista el espejo incómodo del presente.
Ninguno de los asistentes mencionó que Ford ha tenido que ajustar sus expectativas eléctricas frente al empuje chino. Nadie comentó que la F-150 Lightning no ha logrado los números esperados, ni que la división Model e ha registrado pérdidas significativas. Se habló mucho del legado, pero nada de las amenazas. Se aplaudió al Mustang Mach-E, pero nadie reparó en el hecho de que modelos equivalentes en China cuestan la mitad y ofrecen el doble de tecnología.

Farley, solo contra la complacencia
Mientras los reflectores alumbraban a los modelos del pasado, Farley hacía su propio recorrido: seis o siete viajes a China en un solo año para entender cómo es que sus competidores están reconfigurando el tablero mundial. Y su conclusión no fue nada alentadora: “Huawei y Xiaomi están en todos los coches. Te subes y no tienes que emparejar tu teléfono; tu vida se refleja automáticamente en el vehículo”.
Esto no es una crítica aislada. Es un llamado urgente desde el interior de una de las marcas más influyentes del siglo XX, que ahora observa cómo el siglo XXI le exige más: velocidad de adaptación e hipertecnología.
La industria automotriz ya no es sólo de motores, es de software. Y en ese juego, China va varios pasos adelante. Con ecosistemas digitales integrados, actualizaciones remotas, sistemas operativos propios y costos de producción ultracompetitivos, están desplazando el paradigma estadounidense que Ford alguna vez dominó.
¿Podrá Ford responder?
El mensaje de Farley debería haber sido tema central en cada panel del evento. No por alarmismo, sino por salud corporativa. Celebrar 100 años está bien, pero preparar los próximos 10 es vital. Y eso no se logra sólo con eventos conmemorativos, sino con estrategias sólidas, inversiones en software, alianzas tecnológicas y, sobre todo, autocrítica constante.
Ford ya ha demostrado que puede adaptarse. Lo hizo con el Mustang Mach-E, con su apuesta por el software propio, con sus planes de electrificación modular. Pero mientras los directivos en China lanzan autos que se manejan solos, integran apps de forma nativa y cuestan la mitad, Ford no puede seguir bailando con los fantasmas de su gloria.