En la célebre novela de George Orwell, los animales de la Granja Manor, hartos de la explotación del Granjero Jones, se rebelan para tomar el control de su propio destino bajo la promesa de igualdad y justicia. La elección de Jueces, Magistrados y ministros por voto popular en México, que se llevaría a cabo este domingo, puede ser entendida a través de esta brillante y sombría alegoría. Es presentada como el acto cumbre de la rebelión: arrebatarle el último bastión de poder al “antiguo régimen” (el Granjero Jones y sus capataces) para entregárselo directamente a los animales (el pueblo).
El Granjero Jones y el Antiguo Régimen Judicial
En la narrativa oficial que impulsa esta reforma, el Poder Judicial actual es el Granjero Jones: una élite desconectada, corrupta y que sirve a intereses creados, no al pueblo. Se le acusa de ser el último reducto de los “conservadores” y de utilizar sus herramientas (amparos, suspensiones) para sabotear la “transformación” de la granja.
Desde esta perspectiva, la rebelión no estará completa hasta que el último humano sea expulsado, es decir, hasta que el método por el cual los jueces llegan al poder sea arrancado de las manos de las élites (los nombramientos por parte de otros poderes) y entregado a los animales en la asamblea.
Los Cerdos y la Promesa de una Nueva Justicia
Los cerdos, liderados por Napoleón y con el brillante propagandista Squealer, son los artífices de la rebelión. Son la nueva clase política que promete un futuro mejor. En nuestra visión, representan al poder que impulsa la reforma. Su argumento es tan simple como poderoso, muy similar a los Siete Mandamientos del Animalismo: “Si el pueblo tiene el poder, el pueblo debe elegir a quien lo juzga”.

Squealer, con su inigualable retórica, explicaría a los demás animales: “¿Acaso no es justo que ustedes, los que trabajan la tierra, decidan quién resuelve sus disputas? ¿Prefieren que los jueces sigan siendo elegidos en oscuros pactos por los amigos de Jones? ¡Esta elección es el triunfo definitivo de la Granja Animal!”. La propuesta se envuelve en la bandera de la democracia directa y la soberanía popular, un ideal difícil de rebatir.
La Votación: ¿Poder para Boxer o para Napoleón?
Aquí es donde la alegoría de Orwell se vuelve una advertencia crucial. En la granja, los animales más leales y trabajadores, como el caballo Boxer, cuya máxima es “Trabajaré más duro” y “Napoleón siempre tiene la razón”, son la base del sistema. Ellos votarían con entusiasmo por los candidatos que los cerdos les indiquen. No por malicia, sino por una fe ciega en que los líderes de la rebelión buscan su bienestar.
El problema fundamental de la elección popular de jueces no es el acto de votar en sí, sino la naturaleza de las campañas políticas:
¿Quién puede hacer campaña? No serán los juristas más sabios, íntegros e independientes (como el viejo y sabio burro Benjamin, que es cínico y entiende la naturaleza del poder), sino aquellos con el respaldo de una maquinaria política.
¿Qué se premiará? Las campañas no se basarán en la profundidad del conocimiento jurídico, sino en la popularidad, el carisma y la lealtad a un proyecto político. Un candidato a juez podría ganar votos prometiendo “justicia para el pueblo” (sea lo que sea que eso signifique en un mitin) en lugar de garantizar la aplicación imparcial de la ley.
El resultado: Los jueces elegidos no le deberán su cargo a la Constitución o al estudio del derecho, sino al partido que los postuló y a los votos que obtuvieron. Su lealtad, por tanto, no estaría con la imparcialidad de la justicia, sino con la plataforma política que los llevó al poder.

La Alteración de los Mandamientos y la Independencia Judicial
El momento más icónico de la novela es cuando los cerdos alteran los Siete Mandamientos para justificar sus privilegios. “Ningún animal dormirá en una cama” se convierte en “Ningún animal dormirá en una cama con sábanas”. “Todos los animales son iguales” se transforma en “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.
En el caso de la justicia, el mandamiento implícito de “El Poder Judicial será independiente” corre el riesgo de ser sutilmente alterado para convertirse en “El Poder Judicial será independiente, pero deberá responder a la voluntad del pueblo”. Y la “voluntad del pueblo” será, convenientemente, interpretada y definida por los cerdos en el poder.
Un juez que deba su carrera al voto popular y al partido gobernante difícilmente se atreverá a fallar en contra de una política pública o una ley impulsada por ese mismo partido, sin importar si es inconstitucional. Se convertiría, de facto, en una extensión del poder político, no en un contrapeso. Los perros de Napoleón, su policía secreta, no serían necesarios para intimidar a los jueces; la propia estructura de su elección los haría dóciles.
¿Quién es el Cerdo y Quién es el Humano?
La escena final de “La Rebelión en la Granja” es devastadora: los animales miran por la ventana y ya no pueden distinguir entre los cerdos y los humanos. La rebelión que prometía liberarlos simplemente cambió de amo.
La elección popular de jueces vista desde la óptica orwelliana, encierra esa misma paradoja. Se presenta como la máxima emancipación popular, pero podría resultar en la captura definitiva del último poder que mantiene una independencia relativa. Al politizar la justicia, se corre el riesgo de que el sistema judicial deje de ser un árbitro imparcial y se convierta en una herramienta más del grupo en el poder. Al final, la granja podría tener más “democracia” en la elección de sus jueces, pero mucha menos justicia real para los animales que no pertenecen a la élite de los cerdos.
La pregunta que la fábula nos obliga a hacernos este domingo no es si el pueblo debe tener más poder, sino si este método, en particular, realmente se lo otorga o si, por el contrario, simplemente consolida el poder de los nuevos amos de la granja.