La creciente presencia de marcas automotrices chinas como BYD, Chirey o MG en mercados internacionales no solo sacude el panorama comercial y tecnológico del sector: también encendió las alarmas de seguridad nacional en distintos países. Lo que parecía una simple competencia entre marcas se transformó en una nueva batalla geopolítica donde el automóvil eléctrico y conectado no solo se mueve con baterías, sino también con datos.

La preocupación de que estos vehículos puedan ser utilizados como herramientas de espionaje no es nueva. A principios de 2025, Estados Unidos alertó oficialmente sobre los riesgos que representaban los vehículos chinos conectados, especialmente aquellos equipados con tecnologías de geolocalización, sensores inteligentes y sistemas de comunicación en red.

La advertencia no cayó en saco roto: el Reino Unido impuso una severa restricción que prohíbe la presencia de vehículos de origen chino a menos de tres kilómetros de cualquier base militar. Esta medida busca prevenir cualquier posible filtración de información estratégica a través de los sistemas telemáticos instalados en estos coches.

Pero la última reacción viene desde un escenario totalmente distinto: Medio Oriente. En específico, desde el ejército de Israel.

El caso israelí: del uso oficial a la cancelación

Hasta hace unos meses, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) adquirieron más de 600 vehículos de las marcas MG y Chirey para asignarlos como autos oficiales a sus mandos medios y altos. La elección se basó en su buena relación costo-beneficio, así como en la disponibilidad inmediata de unidades eléctricas y con tecnologías avanzadas.

Sin embargo, tras una revisión exhaustiva de los sistemas electrónicos del SUV BYD Atto 3 –un modelo que incluso ya había sido evaluado como opción para flotas adicionales–, las autoridades decidieron frenar en seco las nuevas compras. El argumento fue contundente: temen que los componentes electrónicos de estos autos puedan ser utilizados para recolectar información sensible o para generar mapas detallados de las instalaciones militares, incluso sin intervención humana directa.

El diario israelí Ynetnews reportó que la decisión fue motivada por advertencias de expertos en comunicaciones y ciberseguridad, quienes identificaron vulnerabilidades en los sistemas conectados de algunos modelos. Uno de los puntos críticos fue el sistema de llamada de emergencia e-Call, diseñado para comunicarse automáticamente con servicios de emergencia en caso de un accidente.

Aunque su propósito original es noble, en un entorno militar puede representar una puerta de entrada o salida para el flujo de datos no autorizado. Por esa razón, incluso antes de cancelar las nuevas compras, el ejército israelí ya había inhabilitado el e-Call y bloqueado otras funciones de conectividad en los vehículos ya adquiridos.

Más allá del espionaje: la delgada línea entre innovación y vigilancia

Los autos modernos, especialmente los eléctricos y conectados, operan como verdaderos centros de datos móviles. Sus sistemas recopilan, procesan y transmiten información sobre geolocalización, patrones de manejo, reconocimiento de señales, sensores de proximidad, historial de rutas, comandos de voz y hasta grabaciones de video mediante cámaras de asistencia.

En este contexto, la nacionalidad del fabricante se convierte en un elemento sensible. Los países que tienen tensiones diplomáticas o comerciales con China, como Estados Unidos o Israel, no ven con buenos ojos que marcas controladas directa o indirectamente por el Partido Comunista Chino puedan tener presencia masiva dentro de su infraestructura civil o militar. El riesgo ya no es solo económico o de competencia desleal, sino de posible acceso encubierto a información crítica.

¿Medidas exageradas o precaución justificada?

Los defensores de los autos chinos argumentan que las tecnologías utilizadas por marcas como BYD o MG no difieren en esencia de las que emplean Tesla, Volkswagen o Hyundai. Todos los autos modernos recopilan datos y se comunican con servidores en la nube. ¿Por qué entonces la desconfianza se dirige exclusivamente hacia las marcas chinas?

La respuesta está en el control estatal. A diferencia de los fabricantes occidentales, las empresas chinas están sujetas por ley a colaborar con su gobierno si este solicita datos bajo el argumento de seguridad nacional. Esto genera un clima de sospecha permanente, aunque no existan pruebas concretas de espionaje en cada caso.

El dilema para los mercados emergentes

Esta creciente tensión plantea un dilema importante para los países en vías de desarrollo, como México o Brasil, donde los vehículos chinos se han convertido en una opción muy competitiva gracias a sus precios accesibles y su alto nivel tecnológico. ¿Están estos países preparados para evaluar los riesgos cibernéticos de sus flotas públicas? ¿O el acceso a la movilidad moderna será, sin saberlo, una puerta trasera a la exposición de datos estratégicos?

En un mundo donde los autos ya no solo se mueven por calles, sino también por redes de datos, la seguridad deja de ser un tema exclusivo de frenos, bolsas de aire o control de estabilidad. El verdadero reto está en quién tiene acceso a los datos que generamos cuando conducimos.

Y si ese “alguien” resulta ser un gobierno extranjero, tal vez la paranoia no sea tan descabellada.

Coches chinos bajo sospecha: ¿tecnología de punta o herramientas de espionaje?

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