Hace medio siglo, en la década de los 70, el panorama automotriz mexicano era un feudo gobernado por un puñado de gigantes: Ford, General Motors, Chrysler/Dodge y Nissan (entonces Datsun). Junto a Volkswagen, estas marcas no solo dominaban las ventas, sino que moldeaban el imaginario colectivo de lo que significaba poseer un automóvil en México.
Este control férreo del mercado era, en gran parte, consecuencia de un entorno proteccionista que limitaba severamente la importación de vehículos y exigía un alto contenido de componentes nacionales en los autos ensamblados en el país.
Para el consumidor mexicano de la época, la elección se restringía a un catálogo limitado pero icónico. Vehículos como el Ford Falcon y Mustang, el Chevrolet Impala y Chevelle, el Dodge Dart y Valiant, y los Datsun Bluebird y 510, junto al omnipresente Volkswagen Sedán, conocido cariñosamente como “Vocho” -y vochito pa´los cuates- eran los reyes indiscutibles del asfalto. La lealtad a la marca era casi una herencia familiar y la competencia, aunque presente, se daba entre un círculo cerrado de jugadores.
La Década de los 80: Tímida Apertura y Crisis
Los años 80 trajeron consigo una década de contrastes. A pesar de la persistencia del modelo de sustitución de importaciones, se dieron los primeros pasos hacia una liberalización económica. Sin embargo, la crisis de la deuda de 1982 golpeó duramente a la industria y al poder adquisitivo de los mexicanos.
Las marcas establecidas respondieron con modelos más austeros y eficientes en consumo de combustible, como el Ford Topaz, el Chevrolet Celebrity, el Chrysler K-Car (Dart y Volare) y el Nissan Tsuru, que comenzaría a forjar su leyenda como un vehículo durable y económico, convirtiéndose en el preferido de las familias y los transportistas. El mercado seguía siendo un club exclusivo, pero las semillas del cambio comenzaban a germinar.
Los 90 y el TLCAN: Un Nuevo Horizonte
La verdadera transformación del mercado automotriz mexicano llegó con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994. Este acuerdo redefinió las reglas del juego, eliminando gradualmente las barreras arancelarias y abriendo las puertas a una competencia sin precedentes. Aunque el tratado se enfocó inicialmente en la integración productiva con Estados Unidos y Canadá, su impacto en la oferta para el consumidor fue monumental.
En esta década, comenzaron a llegar las primeras marcas de lujo europeas de manera más formal, como Mercedes-Benz y BMW, que encontraron un nicho en un sector de la población con mayor poder adquisitivo. Si bien el dominio de los “Cuatro Grandes” y Volkswagen persistía, el consumidor mexicano comenzó a vislumbrar un futuro con más opciones.
El Siglo XXI: La Invasión Asiática y la Diversificación Total
El nuevo milenio aceleró la diversificación. La década de los 2000 vio la llegada y consolidación de más marcas asiáticas. Toyota y Honda, que ya tenían presencia, fortalecieron su portafolio con modelos que se ganaron la reputación de ser confiables y eficientes, como el Corolla y el Civic, respectivamente.
Peugeot también regresó con fuerza, ofreciendo una alternativa de diseño europeo. El mercado se fragmentaba y la lealtad a las marcas tradicionales comenzaba a erosionarse ante una oferta más variada en diseño, tecnología y precio.
La Última Década: La Disrupción Coreana y la Ola China
El cambio más disruptivo de los últimos tiempos llegó en la segunda década del siglo XXI con el arribo de las marcas surcoreanas Hyundai (2014) y KIA (2015). Su estrategia fue agresiva y certera: vehículos con diseños atractivos, un alto nivel de equipamiento, precios competitivos y garantías extendidas.
Modelos como el KIA Rio y Forte, y el Hyundai Accent, rápidamente escalaron en las listas de ventas, desafiando directamente el liderazgo de Nissan, General Motors y Volkswagen.
A esta ola de disrupción se suman, más recientemente, una avalancha de marcas chinas. Con MG Motor a la cabeza, y seguida por una creciente lista que incluye a Chirey (Chery), JAC, GWM y BYD, estas compañías han irrumpido en el mercado con una propuesta de valor enfocada en SUVs y vehículos tecnológicos a precios muy accesibles. Su crecimiento ha sido exponencial, capturando una porción significativa del mercado en muy poco tiempo y reconfigurando por completo el panorama competitivo.
Hoy, el mercado automotriz mexicano es un mosaico vibrante y altamente competido, muy lejano al panorama cerrado de hace 50 años. Aquel dominio de Ford, General Motors, Chrysler/Dodge y Nissan ha dado paso a una batalla campal donde la innovación, el precio, el equipamiento y la propuesta de valor son las armas principales.
Para el consumidor mexicano, esta evolución se traduce en un poder de elección nunca antes visto, un abanico de posibilidades que refleja la profunda transformación de la economía y la sociedad del país en el último medio siglo. El espejo retrovisor nos muestra un pasado de gigantes, pero el parabrisas revela un futuro donde el único rey es el consumidor.