General Motors llegó a México en 1935 y desde entonces se convirtió en una de las piedras angulares de la industria automotriz nacional. Sus plantas en Ramos Arizpe, Silao, Toluca y San Luis Potosí no solo produjeron vehículos, también impulsaron empleo, cadenas de proveeduría y el desarrollo de ingeniería mexicana. En esas líneas surgieron modelos que marcaron generaciones: desde las Blazer y Suburban que se convirtieron en símbolos de estatus familiar, hasta los compactos como Chevy y Aveo que motorizan al país en el día a día.
La filial mexicana ha sido, además, una de las más relevantes a nivel global. Silao, por ejemplo, se consolidó como plataforma exportadora de pickups Chevrolet y GMC, mientras que Ramos Arizpe dio vida a SUVs que hoy circulan en América y Medio Oriente. El peso de General Motors en la balanza comercial automotriz de México es indiscutible: un motor económico y social.
Éxitos recientes y los vientos en contra
General Motors supo capitalizar la apertura del TLCAN y, posteriormente, del T-MEC, convirtiéndose en uno de los mayores exportadores del país. Su red de distribuidores ha mantenido a Chevrolet en el top de ventas durante décadas, gracias a productos accesibles y reconocibles.
Pero no todo es celebración. En los últimos años, parte del portafolio de Chevrolet en México se ha nutrido de vehículos fabricados en China, como Cavalier Turbo, Groove o Captiva. Si bien han permitido ofrecer precios competitivos, han generado críticas: cuestionamientos a la calidad percibida y al arraigo emocional de un consumidor que asocia la marca con “hecho en México”.
Paradójicamente, General Motors es el mayor importador de vehículos chinos al país, en un momento en el que el discurso gubernamental gira hacia la protección de la producción nacional.
El reto eléctrico
El futuro de General Motors se juega en la electrificación. La empresa ha prometido una ofensiva de modelos basados en la plataforma Ultium, incluyendo SUVs y pickups que buscan democratizar la movilidad eléctrica. México ya forma parte de esa ruta: la planta de Ramos Arizpe inició la reconversión para producir eléctricos, una apuesta clave en un contexto donde Tesla, BYD y otras marcas chinas marcan presión en innovación y precio.
El desafío no es menor. Los costos de infraestructura de recarga, la competencia feroz y la volatilidad económica ponen a prueba a General Motors. Sin embargo, su experiencia, red de producción y la fidelidad de millones de clientes mexicanos le dan un piso sólido. El verdadero reto será combinar su legado con la innovación, equilibrando el portafolio entre modelos accesibles, SUVs familiares y una gama eléctrica capaz de enamorar al consumidor.
Mirando hacia adelante
A sus 90 años en México, General Motors no solo puede presumir de historia. Está obligada a repensar su identidad. La compañía tendrá que demostrar que puede competir con el ímpetu chino sin dejar de lado la manufactura local; que sus eléctricos no solo serán un símbolo de modernidad, sino también una opción real para el bolsillo mexicano; y que su legado puede transformarse en una ventaja competitiva en lugar de convertirse en un ancla al pasado.
El camino que recorra General Motors en los próximos 10 años definirá si su siglo en México se celebra como un triunfo de reinvención o como un caso de pérdida de terreno frente a los nuevos gigantes.