Pese a los pronósticos pesimistas de buena parte de la prensa especializada y el rechazo frontal de muchos influencers, Superman de James Gunn se convirtió en un rotundo éxito de taquilla. Esta desconexión entre la recepción crítica y la respuesta del público no es nueva, pero en este caso marca un punto por demás interesante acerca de cómo consumimos cine, cómo se genera el “boca a boca” y qué tanto poder real tienen las voces que se dicen expertas en la conversación cultural.

Críticos e influencers: influencia sobrevalorada

Durante décadas, la crítica especializada funcionó como árbitro cultural. Una mala reseña en un medio de peso podía hundir una película antes del estreno. Pero ese poder se está erosionado. En el ecosistema actual, los críticos compiten con youtubers, tiktokers y foros de fans, todos opinando a velocidades distintas y con públicos muy segmentados. Aún peor: muchos influencers que se posicionan como autoridad no necesariamente analizan el cine, sino que reaccionan a sus propias expectativas.

En el caso de Superman, el tráiler oficial y las campañas virales apuntaron a recuperar una vibra más clásica, luminosa y esperanzadora. Algunos especialistas la tildaron de ingenua, otros de genérica. Pero eso no impidió que millones asistieran al cine con un deseo emocional que los influencers no supieron leer: el público quería volver a creer.

La nostalgia vende más que la crítica

Gunn entendió algo que los expertos pasaron por alto: Superman no es solo un personaje, es un símbolo cultural. Desde su anuncio, la campaña apeló a lo emocional: los colores vivos, el nuevo Clark Kent de rostro amable, la promesa de una historia menos cínica. Incluso sin Henry Cavill, el personaje logró reconectar con audiencias que crecieron con él.

Cuando la nostalgia se activa, la lógica cambia. Ya no se trata de si una película es “la mejor del año”, sino de si me hace sentir como cuando era niño. Esa conexión emocional es algo que las métricas críticas no pueden medir.

Publicidad inteligente + experiencia emocional = éxito

Otro factor clave fue la estrategia publicitaria. En lugar de saturar con trailers, DC construyó una narrativa de redención: “Vamos a empezar bien esta vez”. Gunn, conocido por revitalizar franquicias (como lo hizo con Guardians of the Galaxy), fue presentado como el “salvador creativo”, lo cual generó conversación más allá del contenido de la película.

Pero la verdadera prueba no era la expectativa: era la experiencia. Y Superman entregó lo que prometía. El público salió emocionado, compartiendo escenas, llorando en TikTok, defendiendo la película en redes. Esa ola de recomendaciones sinceras fue más poderosa que cualquier crítica negativa.

El nuevo parámetro: ¿emociona o no emociona?

Vivimos una transformación profunda en el consumo de cine. Las personas no buscan tanto una calificación numérica como una validación emocional. “¿Vale la pena verla?” ya no significa “¿es buena?”, sino “¿me hará sentir algo que necesito?”. El cine ya no compite contra el cine, sino contra la vida cotidiana, el celular, el algoritmo.

Por eso, películas como Superman pueden triunfar incluso si no son perfectas. Porque responden a una necesidad cultural latente: volver a emocionarse sin cinismo. Y si eso sucede, ni Rotten Tomatoes, ni las editoriales de medios especializados, ni los influencers más punzantes podrán evitarlo.

Superman de James Gunn no desafió solo a las malas críticas: desafió el sistema entero de validación cultural. Y ganó. En un mundo saturado de opiniones, la verdadera victoria es conquistar el corazón del público. Cuando eso ocurre, la crítica se vuelve eco… y el público, protagonista.

Superman voló más alto que las críticas

COMPARTIR