Hubo un momento, hacia 2022, en que la euforia energética se apoderó del discurso público en México. Con la nacionalización del litio, se nos vendió una imagen seductora: el norte del país, específicamente Sonora, se convertiría en el nuevo epicentro de la transición energética global. Seríamos una potencia en baterías, dueños absolutos de nuestro destino y de una riqueza incalculable enterrada bajo el desierto. Se creó LitioMx, la empresa estatal encargada de administrar este nuevo “oro blanco”. La mesa estaba puesta para el banquete de la soberanía.

Sin embargo, la geología no entiende de decretos presidenciales ni de tiempos políticos. A medida que la espuma de los anuncios bajó, emergió una realidad técnica incómoda y obstinada que ha puesto freno de mano a las expectativas iniciales. El problema no es la falta de litio, sino dónde y cómo está guardado.

El Dilema de la Arcilla vs. la Salmuera

Para entender el nudo gordiano del litio mexicano, hay que entender un poco de química básica. Los grandes productores mundiales en Sudamérica (Chile, Argentina, Bolivia —el famoso “Triángulo del Litio”) extraen el mineral de salmueras. Es un proceso relativamente sencillo y barato: bombean agua salada del subsuelo a grandes albercas y dejan que el sol evapore el agua, dejando atrás las sales de litio. Es lento, pero técnicamente poco exigente.

México no tiene esa suerte. Nuestro litio está atrapado mayoritariamente en depósitos de arcilla. Imaginen intentar separar los ingredientes de un pastel una vez que ya fue horneado. Extraer litio de la arcilla es un proceso químico complejo, costoso, intensivo en uso de energía y agua, y, crucialmente, es una tecnología que aún no se ha probado exitosamente a escala comercial masiva en ninguna parte del mundo.

México está intentando ser pionero en un método de extracción increíblemente difícil, sin tener la experiencia previa.

LitioMx: Un Gigante con Pies de Barro

Aquí es donde entra la nueva empresa estatal, Litio para México (LitioMx). Nació con un mandato titánico: controlar toda la cadena de valor, desde la exploración hasta la comercialización. Pero la realidad es que LitioMx es, hoy por hoy, una institución con un presupuesto raquítico para la magnitud de su tarea y carente del know-how tecnológico y humano especializado.

La minería es una industria de capital intensivo y plazos largos. Desarrollar una mina desde cero puede tomar fácilmente una década y miles de millones de dólares de inversión de riesgo antes de ver la primera tonelada de producto comercializable. Pretender que una paraestatal naciente logre esto sola, en tiempo récord y con una tecnología experimental, roza la ingenuidad.

La Paradoja Pragmática

Ante este escenario, el gobierno mexicano ha tenido que empezar a navegar una delicada paradoja. La retórica de “el litio es solo para los mexicanos” ha tenido que suavizarse ante la evidencia de que el Estado no tiene la capacidad técnica ni financiera para sacarlo de la arcilla por sí mismo.

Esto ha llevado a un giro silencioso pero inevitable hacia la búsqueda de asociaciones público-privadas. Se necesita capital extranjero y tecnología de punta (posiblemente china, estadounidense o canadiense) para hacer viable el proyecto de Sonora. El gran reto ahora es político y legal: ¿Cómo diseñar contratos que atraigan esa inversión privada indispensable sin contradecir la ley de nacionalización que prohíbe concesiones directas?

La carrera del litio es un maratón, no un sprint, y la ventana de oportunidad no estará abierta para siempre, pues la tecnología de baterías avanza hacia alternativas como el sodio. México ha aprendido a la mala que tener el recurso bajo tierra no es lo mismo que tener riqueza en el banco; el verdadero valor está en la tecnología para procesarlo.

¿y LitioMx? la fría realidad del “oro blanco” nacionalizado

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