Al igual que ocurre con los alimentos, los aparatos electrónicos y la tecnología tiene fecha de caducidad. Y aunque esto suena poco ético, tiene nombre, apellido y no rompe ninguna ley.

La obsolescencia programada consiste es una especie de cuenta regresiva que ponen los fabricantes para que tus dispositivos dejen de funcionar.

Y con esto seguir con una cadena infinita de consumo, ya que, si la tecnología está programada para morir, la demanda será constante y dará beneficios continuos, a las compañías… por supuesto.

Esta práctica, además de ir en contra de los intereses de los consumidores, genera cantidades ingentes de residuos electrónicos que son muy difíciles de reciclar y altamente contaminantes, por lo que el impacto medioambiental es, por decir lo menos… ¡catastrófico!

Aunque este es un concepto del que se lleva relativamente pocos años hablando, no es algo nuevo.

La obsolescencia programada la idearon, allá por los años 20, cuando los gigantes de la electrónica Philips y General Electric se pusieron de acuerdo para reducir intencionadamente la vida útil de sus focos o bombillas para aumentar las ventas.

Así, ese foco que duraba una media de 2,500 horas tuvo modificaciones para durar solamente 1,000 horas… una cifra que aún se mantiene.

Y como casi siempre, se aprende rápidamente lo malo, años más tarde, la mayoría de los fabricantes de productos relacionados con la electrónica incluyeron la obsolescencia en el proceso de producción, y la práctica se ha ido manteniendo y evolucionando al mismo tiempo que lo ha estado haciendo la tecnología.

Hay tres tipos de obsolescencia programada:

La de función. Que es cuando compramos un modelo más avanzado del mismo producto que ya tenemos.

La de calidad, que es cuando nuestro producto empieza a fallar por el funcionamiento y lo sustituimos por otro. La pila dura menos, comienza a calentarse… se hace más lento…

Y finalmente está la obsolescencia del deseo, que se produce cuando compramos el mismo producto que ya tenemos, pero al que le han introducido algún cambio estético, aunque la funcionalidad sea exactamente la misma.

La buena noticia es que nosotros podemos salir de este círculo de consumo, sí que quiere claro.

Pensemos dos, tres y cuatro veces antes de abrir nuestra billetera para comprar la nueva versión de ese smartphone, pantalla de televisión o cualquier gadget.

Rompamos con esa dinámica de usar y tirar. Intentemos reparar el producto que se rompe antes de desecharlo y comprar uno nuevo.

Estos pequeños gestos pueden hacer que ahorremos dinero y que la vida de los aparatos se alargue hasta mucho más allá de lo programado. Además, el medio ambiente nos lo agradecerá.

¡Tus gadgets tienen fecha de caducidad!

COMPARTIR