La frase: “todos somos iguales”, resulta obsoleta en este mundo tan impar en el que vivimos. Existe división de clases sociales y, sobre todo, egoísmo para dejar crecer a los demás. Yo, Daniel Blake es el claro ejemplo de lo antes mencionado, un espejo desolador de las injusticias que se viven a diario en todo el mundo.

La sociedad en la que vivimos es aterradora y así lo plantea la nueva película de Ken Loach. El director británico tomó una historia tan común alrededor del mundo y la convirtió en una llamada de atención para el ser humano. No es posible que seamos tan inconscientes ante los problemas de los demás. Y sí, Yo, Daniel Blake es eso y más, es una película visceral pero expuesta de una forma sutil.

Dave Johns es el encargado de personificar a Daniel Blake, un carpintero que padece una enfermedad del corazón que, según la valoración médica, le impide trabajar. El personaje entra en una disonancia cognitiva. Por un lado, el cansancio de la edad y de tantos años de trabajo, pero por otro lado las ganas de continuar siendo útil en la sociedad. Sin embargo, se ve en un callejón sin salida, ya que el sistema de pensiones y empleo le dicta encontrar un trabajo para no quedar en condiciones de desamparo legal y económico.

Desde un inicio, y con la pantalla en negro, se percibe el trato tan nefasto hacia con él. Preguntas y respuestas con obstáculos que no deberían existir, pero lamentablemente están para frenar a como dé lugar con todas sus intensiones por seguir con cualquier trámite. Acto siguiente, la mirada llena de desesperación, tristeza al saber que comenzará un verdadero viacrucis.

Tanto el director como el guionista dan en el punto clave en todo el filme, le dan un tratamiento ligero y digerible, aunque duela la forma en que es tratado Daniel, y por otro lado, el segundo eje de la cinta, a Katie (Hayley Squires), una madre soltera aterrada por la falta de solvencia económica para darle de comer a sus hijos. Incluso capaz de no probar bocado alguno para alimentarlos y que sobrevivan ante un mundo totalmente dividido socialmente. Y no, no es un problema incrédulo, existe a diario en todo el mundo, incluso de peor forma. Loach lo detalla a la perfección y expone la complicada situación de lo que son capaces miles de mujeres por no desamparar a sus vástagos.

La película tiene grandes atributos, es escalonada, te lleva desde un inicio a envolverte con cada personaje y arraigarte a ellos. Sufres con estos, debido a la impotencia que genera ver tanta injusticia por parte del gobierno. Pero sobre todo el acierto de Yo, Daniel Blake, representa con fidelidad diversos problemas como la xenofobia y el poder de la burocracia.

Al final nos damos cuenta del porqué esta película obtuvo la Palma de Oro el año pasado en el Festival de Cannes, el mayor reconocimiento para un largometraje. Por el momento nos quedamos con otro grato sabor de boca, con un trabajo de Ken Loach, quien al parecer, seguirá siendo pieza importante de este festival.

COMPARTIR